Un paciente en la India sorprendió a médicos y científicos al
expulsar un gusano de más de 20 centímetros a través de su orina.
Este hallazgo inusual fue provocado por una infección de
Dioctophyme renale, conocido como el gusano gigante del
riñón. Casos de este tipo se documentan raras veces en
humanos, y se vinculan principalmente al consumo de
pescados o anfibios crudos contaminados en
ambientes de agua dulce.
Dioctophyme renale es el nematodo parasitario más
grande que puede infectar a mamíferos, incluyendo
ocasionalmente al ser humano. Este parásito llama la atención no
solo por su tamaño—las hembras pueden superar el metro—sino también
por la gravedad de los daños que causa.
Su ciclo inicia cuando los huevos salen al medio ambiente a
través de la orina del hospedero definitivo, que suele ser un
perro, un mustélido, o en casos raros, una persona. Además, los
huevos deben llegar a aguas dulces, donde son ingeridos por
gusanos acuáticos (oligoquetos). Dentro de estos,
el parásito madura hasta convertirse en larva infectiva y si un
pez, rana u otro anfibio se alimenta del oligoqueto, la larva puede
quedar enquistada en sus tejidos.
Al consumir pescados o anfibios crudos o mal
cocidos provenientes de lagos o ríos contaminados, la
persona puede infectarse. Y una vez en el sistema digestivo,
la larva atraviesa la pared intestinal, migra al
hígado y finalmente llega a los
riñones, donde alcanza su tamaño adulto.
Manifestaciones
clínicas y diagnóstico en humanos infectados
En la mayoría de las personas, la infección pasa
desapercibida durante meses o incluso años y los síntomas
suelen aparecer solo cuando el gusano ya ha causado daños
graves.
Asimismo, el parásito destruye poco a poco el tejido renal,
provocando hematuria (sangre en la orina), dolor
lumbar, pérdida de peso, fiebre ocasional y, en cuadros avanzados,
insuficiencia renal. Si afecta ambos riñones, el desenlace puede
ser mortal.
El diagnóstico clásico depende de la observación de
huevos característicos en un examen de orina, los
cuales son de cáscara gruesa y rugosa, miden cerca de 80
micrómetros y se identifican bajo el microscopio. En casos
avanzados, la ecografía puede mostrar riñones agrandados o masas
compatibles con gusanos adultos.

Las técnicas nuevas incluyen pruebas serológicas, aunque su uso
no es común fuera de centros de referencia. La visualización
directa del parásito, cuando es expulsado o extraído
quirúrgicamente, revela el diagnóstico sin dudas.
y prevención asociado al consumo de pescado crudo
El riesgo central radica en el consumo de peces y ranas
crudos o mal cocidos, que pueden llevar larvas vivas en
sus tejidos, porque al no ser sometidos a suficiente calor, las
larvas no mueren, sino que infectan al comensal.
Por otro lado, las zonas de mayor riesgo suelen coincidir con
ríos de aguas frías en América, Eurasia y en comunidades rurales
donde el consumo de productos acuáticos crudos es tradición o
necesidad. Personas con pescaderías domésticas, aficionados a la
pesca o quienes practican cocina tradicional están más
expuestas.
La contaminación puede resultar invisible: una pieza de pescado
que parece fresca y normal puede albergar larvas microscópicas.
Solo la cocción completa o la congelación prolongada destruyen al
parásito.
Grupos de alto riesgo incluyen niños, ancianos, personas
inmunodeprimidas y quienes manipulan animales salvajes o domésticos
en áreas endémicas. La educación sobre higiene, el consumo
responsable y la vigilancia veterinaria reducen de forma
significativa los peligros.
Tratamiento
Actualmente no existen medicamentos efectivos
contra el gusano renal gigante, por lo que la principal en humanos
es quirúrgico: se extrae el riñón dañado si el parásito ha causado
destrucción extensa, procedimiento llamado
nefrectomía. Si el diagnóstico es temprano y solo
hay un gusano en una región accesible, es posible extraerlo
preservando la función renal, pero esto es poco frecuente.
En veterinaria, la prevención y el control se centran en la
vigilancia de animales domésticos, especialmente perros, y en
programas de educación para comunidades rurales. Evitar el vertido
de restos de pescado crudo y mantener la higiene en fuentes de agua
dulce ayuda a frenar el ciclo.
La vigilancia epidemiológica en zonas donde el consumo de
pescado crudo es tradicional es clave. Los veterinarios y médicos
deben notificar casos sospechosos y fomentar buenas prácticas
alimentarias.
No olvides que cocinar el pescado y los anfibios de forma
adecuada, evitar el agua no tratada de ríos y educar a la población
sobre los riesgos del consumo crudo son pasos sencillos pero
esenciales.
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